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Argentina, la jornada laboral más larga del mundo

La presentación del proyecto de Ley que busca la reducción de la jornada laboral en Argentina, en un contexto de crisis mundial, abre la posibilidad de discutir el aumento de explotación que viven las y los trabajadores. Además, pone sobre la mesa discusiones necesarias como la caída del salario real, la productividad del trabajo, el desempleo y el crecimiento de la informalidad.



Haciendo historia


En los orígenes del sistema capitalista, la emergente clase obrera desarrolló las fuerzas productivas a costa de un sacrificio inhumano. El gran crecimiento del capitalismo industrial fue posible mediante jornadas laborales que llegaban más allá de los límites físicos, en donde se limitaba todo lo posible los tiempos de comida, descanso y ocio, e incluso se explotaba a niños y niñas.


Hacia finales del siglo XVIII la clase obrera inglesa comenzó a impulsar la lucha por la reducción de la jornada laboral a 10 horas. Luego de las revoluciones de 1848, dicha jornada fue aceptada por la mayoría de los gobiernos del continente europeo durante todo el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX.


En 1880 se desarrolló en Chicago, uno de los principales centros industriales de Estados Unidos, una dura y larga lucha por la jornada laboral de 8 horas. En 1886 se produce el asesinato de los “Mártires de Chicago” quienes se convertirían, de aquí en adelante, en grandes íconos de la lucha por las 8 horas de trabajo y se declararía el 1º de mayo como el Día Internacional de las y los Trabajadores, marcando un hito histórico a nivel mundial.


En América Latina la legislación laboral tardó varios años más en implementarse. En México recién en 1917 se incluyó en la Constitución mexicana el Decreto 123 que establecía la jornada laboral de 8 horas y en Argentina esto recién sucederá en 1929.


Elementos para un análisis sistémico: jornada laboral, productividad y salario.


La actual fase de digitalización del capitalismo, caracterizada por la Inteligencia Artificial, la automatización, la robótica, la nanotecnología, el internet de las cosas, la impresión 3D, etc. trae profundas modificaciones en las condiciones y modos de trabajo, e implica la transformación de toda la estructura de procedimientos de la producción manufacturera, de circulación y comercialización. Todo esto ha generado el escenario en el que la digitalización de la economía ha llevado el aumento de la productividad a niveles nunca vistos.


Cuando se habla de productividad, se hace referencia a la relación existente entre el capital fijo de cada empresa y sus recursos humanos, es decir, la relación entre los medios de producción y las y los trabajadores que los ponen en funcionamiento. La inversión en capital fijo conlleva a un aumento en la productividad, esto es: en el mismo tiempo de trabajo que antes, produce ahora más productos, o sea, más mercancías, más bienes y más servicios. Generalmente, esta inversión aumenta la ganancia de dicha empresa mientras la jornada laboral y los salarios quedan “iguales”. Pero si observamos bien, los salarios y las jornadas laborales se modifican en detrimento de las y los trabajadores, ya que aumenta la intensidad del trabajo y por ende la explotación de los mismos.


La misma causa, el aumento en capital fijo e innovación, trae aparejado un aumento en la tasa de desempleo, ya que cada vez se necesitan menos trabajadores y trabajadoras para producir la misma cantidad de productos, e incluso una cantidad mayor. Esto crea un ejército de reserva, que no solo expulsa grandes masas de trabajadores fuera del sistema laboral formal, sino que además tensiona a la baja los salarios y las condiciones laborales de los ocupados.


De hecho, autores como Jeremy Rifkin han llegado a pronosticar “El fin del trabajo”. El autor plantea que el fin del trabajo es algo inevitable, en razón de la globalización y de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs) que pueden aumentar la productividad rápidamente. Esto trae como consecuencia un alto desempleo estructural y Rifkin postula que la reducción de la jornada laboral llegará a ser una medida necesaria.


Todo lo anteriormente planteado, se ha revelado con mucha claridad durante la pandemia del COVID-19, pero dicha tendencia se viene gestando desde la crisis del 2008. Veamos algunos números.


Según el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) “La COVID-19 y el mundo del trabajo. 7ª edición”, en 2020 se perdió el 8,8% de las horas de trabajo a nivel mundial con respecto al cuarto trimestre de 2019, equivalentes a 255 millones de empleos a tiempo completo. La pérdida de horas de trabajo en 2020 fue aproximadamente cuatro veces mayor que la registrada durante la crisis financiera mundial de 2009. Además, se estima que los ingresos provenientes del trabajo a escala mundial en 2020 disminuyeron un 8,3%, a saber, 3,7 billones de dólares, o sea el 4,4% del PIB mundial.


Argentina, la jornada laboral más larga del mundo


A más de un año y medio de la pandemia y en el contexto de crisis general, podemos afirmar que las y los trabajadores de América Latina y el Caribe, fueron uno de los más perjudicados del planeta. A su vez, la región posee la jornada laboral legal más larga del mundo. El límite de horas a trabajar semanalmente es de 48 horas - sin considerar las horas extras- en los casos de Argentina, Colombia, Bolivia, Uruguay y México. Mientras que con una jornada laboral de entre 40 y 47 horas semanales se encuentran Chile, Brasil, Honduras, Venezuela y Ecuador.


Es en este contexto que en las últimas semanas, se presentaron en el Congreso de la Nación Argentina dos proyectos de Ley que buscan reducir la jornada laboral y que fueron presentados por diputados pertenecientes al Bloque Frente de Todos que provienen de extracción sindical.


Uno de ellos es el presentado por Hugo Yasky, Secretario General de la CTA de los Trabajadores, y que en su artículo 1° sostiene: “La duración del trabajo no podrá exceder de ocho horas diarias o cuarenta horas semanales para toda persona ocupada por cuenta ajena en explotaciones públicas o privadas, aunque no persigan fines de lucro”.


Otro de los proyectos es el presentado por Claudia Ormachea, dirigente de La Bancaria, que sostiene: “la duración del trabajo no podrá exceder de seis horas diarias o treinta y seis semanales”, mientras que “la jornada de trabajo nocturno no podrá exceder de cinco horas diarias y quince semanales”.


Ambos proyectos buscan la reducción de la jornada laboral en el ámbito público y privado, y a su vez mantener el poder adquisitivo de los salarios. A nivel internacional, la OIT señala que el estrés laboral, fruto de largas jornadas laborales, produce unas pérdidas de hasta un 3% del PBI, es decir, reduce la productividad, aumenta el ausentismo e incrementa las bajas por enfermedad. Por eso, el organismo propone: “la reducción de la jornada de trabajo para facilitar la conciliación de la vida familiar y mejorar la satisfacción personal”.


¿Es posible reducir la jornada laboral y mantener el salario?, ¿Será posible reducir la jornada y aumentar los salarios? Son algunas de las preguntas que se están debatiendo hoy en Argentina.


Es una tarea necesaria y fundamental profundizar la discusión por la redistribución de la riqueza socialmente producida y exceder una respuesta legislativa e institucional. En esta fase digital del capitalismo podemos observar cómo, de un lado, algunas corporaciones acumulan riquezas a una velocidad y en una cantidad nunca antes vista, mientras del otro lado, las y los trabajadores, que producen dicha riqueza, ven menguar año a año el poder adquisitivo del salario y sus condiciones laborales. La crisis mundial, cristalizada con la pandemia del Covid-19, ha dejado entonces grandes ganadores y grandes perdedores. Es materialmente posible y necesario que se redistribuya la riqueza de un modo más equitativo.


La actual crisis sistémica nos brinda una posibilidad única de pensar en relaciones laborales económicamente rentables, socialmente justas y moralmente dignas. Solo el involucramiento de los distintos actores de la sociedad, podrá permitir el consiguiente acercamiento real a relaciones laborales más justas e inclusivas, en donde la explotación del hombre por el hombre deje de ser una norma y forme parte del pasado nefasto del desarrollo humano.


Por el Observatorio Internacional del Trabajo y el Futuro

Dirección Lucila Busso

Contacto: oitrafuturo@gmail.com

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